lunes, 13 de septiembre de 2010



CRITICA DE AFUERA / POR MATIAS PELUFFO / PERIODISTA, PRODUCTOR DE ESPECTACULOS / colaborador de diversos medios, entre ellos Revista La Mano

Diez canciones en treinta y dos minutos furtivos que se deslizan por los parlantes con la agilidad de un velocista jamaiquino de alta competencia y la contundencia de un campeón de boxeo categoría liviano. Estas canciones de Sancamaleón no son, para nada, una escucha liviana o pasiva, sino que parecería que es un disco armado para que los oídos hagan gimnasia. Y no fallan: a los pocos segundos del track inicial, “Afuera”, ya tenemos una percusión mántrica de sonidos latino (Román Montanaro), pero con la taquicardia del drum n´ bass. Sobre eso se acoplan un bombo y un tacho que por poco obligan a empezar a saltar. Las guitarras proponen riffs certeros y en primer plano pero nunca le discute el protagonismo a una letra de carácter positivo: “Hey! vamos despacio/ bajemos la guardia” dice Federico Cabral mientras la música invita a hacer exactamente lo contrario. Y así se genera un desequilibrio fantástico con el que empieza a generarse un patrón filosófico presente en el resto de un disco.

“Todos los caminos” irradia la implacable fuerza del destino. Sobre una cortina arpegiada de guitarras distorsionadas (atinadísimo Diego Fares) se mueve una letra hiphopeada; escribe el incierto trayecto espiritual que se propone llegar a un norte afectivo inevitable: “intuición, corazón, música, amigos”. Así se genera un efectivo clima de caminata hardcore matizada con sonidos sintetizados de un solo de bandoneón que se contrapone a la contundencia marcial del una canción que tiene un estribillo de esos que se acomodan fácil al oído.

En “Tropa” se destaca un bajo pesado (Santiago Zárate) que genera un momento esencialmente nocturno. Y una letra de espiritualidad contagiosa: “Antes que la fiesta se termine y vuelva a ser yo/ antes que el mundo se convierta en un horno a vapor/ quiero que seas mi fascinación/ un momento verdadero de saltar hacia el vacío/ el sentido de la vida es descubrir de qué estas hecho”. Talvez esta reveladora letra de Federico Cabral le haya encontrado respuesta al interrogante más profundo y trascendente del hombre. Hay en esta canción un clic conceptual que puede hacer una profunda huella a nivel generacional. La vocalización por momentos remite a Fito circa Ciudad de pobres corazones; incluso el mensaje por momentos tiene la contundencia de las letras deEl amor después del amor.

Los recuerdos aparecen veloces, sobre una patineta punk talvez, en la muy inteligente letra de “1988”, cuyo primer verso arma un collage con novedades traídas por la radio y paseos con alma curiosa; y en el segundo las sensaciones se contrastan con las de “dos cero cero ocho”. Un reclamo de atención y abrazos y la reivindicación afectiva de las mañanas vividas es el nexo entre las dos postales. Y es muy meritorio que en esta letra se dibujan con fidelidad dos épocas pero el autor esquivó el cliché soso de recurrir a la mención de un acontecimiento social para ubicar al receptor. Sancamaléon pinta su(s) aldea(s) sin necesidad de leer el diario.

Otra vez aparece el bombo en negras en “Tómalo o déjalo”. Y la sensación que provoca es la de decirle a quién está escuchando: “si, mirá, esta canción parece hecha con partes de los cuatro temas anteriores. Si te animás podés quedarte hasta el final, y si te vas cerrá la puerta, espero haberte sido una influencia”. Es muy probable que si una persona deja seguir sonando esta selección de canciones hasta el final también la abra la puerta del corazón a Sancamaleón.

La segunda mitad propone un momento de calma en medio de la locura: “Un ojo en el cielo” regala un momento de contemplación absoluta desde más arriba de “las señales de los celulares”. Momento místico cargado de sensaciones visuales que generan una sensación fílmica que se funde con una voz (¿Chávez?) que pide “cruzar el oeste bonaerense” antes que se baje el telón de la instantánea.

“Paranoia del fin del mundo” propone una vuelta de página generacional: “El barrio ya fue, no va a volver/ y ahora ya sos un hombre/ tenés que aprender a hablar, aprender a agradar/ y creando tu estilo/ dejar de temblar como un niño” disparan sus primeras palabras. Y el mensaje de la canción no es revelador, sino que el narrador se muestra como víctima y cómplice de la confusión generalizada que mezcla los roles de amigo/enemigo. “Se que decís la verdad, sos un buen chico y demás, pero eso a mi no me importa” sentencia Cabral al proponer la elección de opuestos que nos definan.

El aspecto sexy del disco vuelve a la carga en “Sandro”, un mensaje de texto nocturno y lascivo que busca que el narrador de la historia entre en combinación química con las de una “nena, por favor, no acepto un no”. La música invita a disfrutar de un momento de seducción explícita vestida de terciopelo adherido al cuerpo con escenografía de flores oscuras, magia negra y ciencia y sal. Se desatacan los loops de Chávez dándole momentos de tarareo a una canción que obliga a mover la cadera. Y el homenaje sencillo del título al poder de la pelvis mayor de la historia argentina merece una lluvia de corpiños y tanguitas darks/rockers/latins.

Los relámpagos de “Tormenta africana” acompasados con las percusiones tribales estampan en el cerebro caras de chicos perdidos que escupen fuego en medio de la ciudad. Urgencia, caos, y la sensación de que apoyar un pie en la vereda es equivalente a ponerse el chaleco antibalas, cargar la escopeta y tratar de salir lo menos maltrecho posible de la interacción cotidiana con nuestros pares. Y el mensaje tal vez sea: “no detengas tu motor”. El instrumento que se luce es la batería de Nicanor Rodríguez Araujo.

“La última canción” es el manifiesto de sonoridad post grunge que representa lo que estos músicos le ofrecen a quienes se exponen a sus melodías: “Voy a entregar mi juventud/ y voy a estar contento/ es lo que puedo darte hoy”. ¿Que más se le puede pedir a un artista? Nada. Y tal vez sea esta la canción que más fácil se hubiera amoldado al repertorio previo del grupo, del que cabe decir que se despegaron notablemente en esta placa.

Afuera no sólo tiene grandes canciones, sino que además se entrelaza con una interpretación detallista, vehemente, potenciadora de sus melodías; también hay una producción en estudio (obra de uno de los productores argentinos del año (o de la década, va en gusto), Matías Chavez) que revistió a los registros con calidad y criterio; y una de las mejores iniciativas tejidas a través de esta producción es la voluntad de regalarlo en cuotas a través de la página web del grupo (a lo largo de cuatro semanas se habilitaron dos o tres tracks hasta completar el disco la semana pasada, en coordinación con la primera fecha importante de presentación, en La Trastienda).

En la versión virtual de la placa (descargable gratuitamente y en alta calidad en www.sancamaleon.com.ar) se pueden apreciar, además, una delicada clasificación de imágenes, videos y textos de los músicos y testimonios personales de los músicos, el productor actual, el del disco anterior, y algún periodista amigo que completan la presentación de cada composición. Esta manera de ofrecer las canciones del disco es una innovación histórica para el rock argentino, y hasta incluso a escala global tal vez esta placa merezca su parrafito en la wikipedia.

Hace cosa de un año Federico Cabral aceptaba que este iba a ser un disco nocturno y urbano, contrapuesto a las placas anteriores del grupo. Y es evidente que el trabajo en sala de ensayo y estudio fue en esa dirección. Estamos ante un disco enérgico como pocos, que se desprende de la interacción urbana cotidiana y obliga a levantar las pulsaciones cardíacas. De hecho puede ser un acompañamiento excelente para ese pseudo deporte de descarga emocional, tal vez más beneficioso que el turno con el psicólogo de turno, que es el spinning.

Cuando un conjunto de canciones nos permiten vivir el mundo de otra manera es porque hay algo trascendente a nivel generacional allí. Sancamaléon entregó un esfuerzo de dimensiones que merece una respuesta social que amplíe su convocatoria a nivel federal. Y sólo estos seis músicos y sus colaboradores cercanos sabrán la difícil que es ser un grupo independiente que quiere ingresar en las burocráticas estructuras de nuestro rock argentino. No olvidemos que Sancamelón era el grupo de rock que estaba tocando en Cemento la noche en que se cerraba Cromañon.

La peor tragedia de social de nuestro país, la masacre más dolorosa perpetrada contra (¿por?) nuestros jóvenes también afectó al grupo, que estaba encaminándose hacia la consagración pero tuvo que retroceder diez casilleros. Incluso alguna vez oí de parte de una persona allegada a ellos que fueron víctimas totales de la tragedia: el grupo tuvo que ponerle el pecho a la caza de brujas recitaleras antes que nadie y eso los obligó a subir el costo de sus entradas (hasta entonces costaban diez pesos y post 30 D tuvieron que amoldar su precio a lo que los dueños de los pocos boliches habilitados proponían; así se duplicó ese número y ellos, paralelamente, vieron como se diluía su convocatoria).

Afuera es sin dudas, el mejor álbum de la banda, y uno de los mejores de este 2010. También encarna un exorcismo total montado sobre una estrella de seis puntas que refleja la flamante formación en sexteto rematada por el joven tecladista olavarriense Franco Brisioli (que llegó como una bocanada de aire fresco tras tormentas internas que derivaron en deserciones de la formación anterior). Sancamaleón parece tener espíritu, cuerpo y mente ensamblados en un solo objetivo que sólo busca (y logra) conmover en medio del caos y la sobreinformación que nos rodea con este práctico y acicalado cancionero (polenta) para niños sin fe.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La ultima cancion...como la ultima espada que vas a empuñar.
No te regales afuera, abri las puertas de tu armadura y dejate tentar...
No importa lo que comas o bebas, no importa quien sos, 
no importa lo que ves, solo tu rumbo hacia el ocaso.
Creo en vos y en el reflejo del espíritu. Repite estas maximas
antes de saltar con los ojos cerrados al vacìo.
Entregandote al sueño y al gloria, dejando que aquellos que te punzan
se vuelvan corbatas parlanchinas.
Solo asi no habrá gravedad cuando caigas.





La última canción / Por Franco Brisioli, tecladista de Sanca



                          T O R M E N T A  A F R I C A N A  p o r  < S T I V I >